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La feria de Villa de las Rosas cumple 15 años: un símbolo del turismo en Traslasierra, que no deja de sorprender

 Nació con apenas siete productores y artesanos. Llegó a sumar más de 500, todos en torno de la plaza del pueblo. Es distinta a todas. Y un punto de referencia para los visitantes.

En octubre cumplimos 15 años, vamos a tirar la casa por la ventana”, anuncia Enrique Rébora, intendente de Villa de las Rosas, sobre la ya famosa feria de artesanos y productores de esa localidad del sur del valle de Traslasierra.

El que la haya visitado sabe que no es cualquier feria. Se ha convertido en el principal producto turístico del lugar y en uno de los más salientes, en su rubro, en toda la provincia.

Todos los sábados del año, entre las 10 y las 18, y los jueves en temporada de turismo, la plaza del pueblo luce una propuesta que implica una fiesta para los sentidos: colores, sabores, texturas, aromas y sonidos amables se conjugan en un fenómeno cuya intensidad lo convierte en único. Es distinta a todas las ferias.

Más de 300 expositores de todo Traslasierra proponen productos agrícolas, obras de arte, artesanías de distintos materiales, música, danza, libros, teatro y otros bienes culturales que, a un precio justo (de justicia) llegan al consumidor. Las muy variadas propuestas gastronómicas completan la oferta.

El intercambio social que se genera entre todos es otro atractivo del suceso.

“La pandemia fue un desafío para todos, antes llegamos a tener más de 500 expositores, después volvimos a ir creciendo nuevamente, ahora hay habilitados 330″, explica Rébora.

La exposición, que empezó con siete oferentes de productos primarios, agregó luego la artesanía, el arte, las propuestas musicales y las comidas de todo tipo. Pueden encontrarse desde locro y empanadas criollas hasta sushi, platos europeos o árabes, pasando por arepas venezolanas y decenas de variedades más. Plantas, frutas y verduras también tienen su lugar, como las propuestas veganas o los productos orgánicos.

Luego de algunos conflictos por el lugar, la feria ganó la plaza, lugar “habitual” de encuentro en el pueblo, y situada entre dos rutas. El municipio reguló los espacios y la oferta bromatológica, y comenzó a cobrar un canon.

Marcela Escudero, coordinadora municipal del evento, explica: “Cada expositor paga un canon de 600 pesos mensuales. Los feriantes deben ser verdaderos productores, no revendedores; tienen prioridad los locales, pero llega gente de todos lados”.

LOS PIONEROS

Susana Marín, productora de frambuesas y cactus, es una de las fundadoras de la feria. Ella cuenta: “Empezamos productores primarios apoyados por gestores del Inta y del Senasa, que impulsaban emprendimientos familiares. Los primeros clientes eran los mismos vecinos, y hasta hacíamos trueque entre los feriantes; después comenzó un crecimiento exponencial, asombroso”.

“Empezamos siete expositores hace 15 años, salíamos con un megáfono a difundirlo por las calles, y de a poco se agregaron artesanos y apareció la comida como atractivo, después todo fue creciendo”, resume Antonio “El Gallego” Martínez, quien ofrece quesos de cabra y productos de su granja.

“El sentido de esta feria es la diversidad, se juntan el gaucho y el hippie; es un fenómeno antropológico que incluye lo económico, lo social, lo cultural; pero básicamente hay una buena vibra, es un espacio de placer y de intercambio constante”, comenta Luis Heredia, vecino y gestor cultural.

“Conozco muchos lugares, hay ferias en todos lados, pero ésta es única por lo que resulta de ella”, dice Marcos Tesouro, violinista.

TODOS LOS GUSTOS

Por valores que van de los 500 a los 1000 pesos, se puede almorzar en el lugar.

Romina Orsi vende hamburguesas con pan casero desde hace cinco años. “Tuvimos que adaptarnos a la pandemia, para que la feria no muriera, pero hemos podido seguir; los turistas que vinieron una vez, vuelven siempre”, comenta.

Edgardo Lusso es de Buenos Aires pero se hizo serrano: vende entre 130 y 150 kilogramos de paella en cada feria. “Me compran turistas y vecinos, me alegra ver que todo vuelve” apunta.

Roxana Arguello vende a 600 pesos una docena de empanadas fritas saladas o dulces. Se le terminan pronto. “Este sábado va estar frío, pero el frío no ataja a la gente, vendemos más comida” asegura.

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